Algo que me enseñó el proyecto de grado de la maestría es la enorme dificultad de medir la complejidad. No hay acuerdo en cómo medirla y algunos autores prefieren llegar a un modelo cualitativo. Por ejemplo, una máquina de Rube Goldberg es un artilugio muy complejo para hacer algo muy simple. La evolución castigaría un organismo que fuese como una máquina de Rube Goldberg porque en primer lugar consumiría muchos recursos, estaría muy propenso a fallar, se le dificultaría enormemente reproducirse, sería frágil y por último sería vencido por un organismo muy simple que haga la misma tarea. Luego complejidad y evolución no siempre caminan juntos.
Medir que algo está más evolucionado que otro por el nivel de complejidad entraña dos problemas: no sabemos cómo medir la complejidad en forma cuantitativa y más complejidad no significa más evolución.